DESOXIDACIÓN

Noviembre aterriza en nuestras vidas, e  ineludiblemente nos vamos otoñeciendo. El absurdo impuesto cambio de hora no hace sino que acortarnos las horas de día, acortarnos las ganas de abadonar de nuestro cálido sofá hogareño.

Y vamos otoñeciendo sin remedio. Las vacaciones van cayendo, lentamente cual hojas despidiéndose de su lugar en los árboles. Hojas que van tiñendo todo de naranjas, ocres y marrones, dejando huérfanas esas ramas donde brotan los primeros entrenamientos de una nueva temporada.

Primera semana de rutinas, suaves entrenamientos tratando de desoxidar ese cuerpo otra hora competitivo. Adiós a esas mañanas en la cama, placenteros desayunos periódico en mano mojando noticias en cola-cao, bebiendo calientes editoriales con miel, campestres paseos con Lúa, nuestro pastor alemán. En su lugar vuelve nuestra querida alarma para robarnos esos momentos. Sé que de cuando en cuando la seguiré engañando para disfrutar de la mañana.

Primeras brazadas, primeras pedaladas, primeras zancadas. El cuerpo rápido olvida esos ritmos competitivos de hace un mes. El corazón nos pide descanso cuando osamos hacer un mil en 3´40"; los músculos responden a un día de gimnasio obsequiándonos con unas buenas agujetas cuando al día siguiente bajamos las escaleras de casa.

Y Noviembre y Galicia no pueden tener mejor lazo de unión que la lluvia. Primeras mojaduras. Esa lluvia que en Sevilla es maravilla y en Compostela arte, resbala por nuestras caras fundiéndose con el sudor mientras trotamos por la alameda compostelana. Constante sigue cayendo, golpeando directamente en nuestro paraguas de la paciencia. Algo malo tiene que tener el poder difrutar y convivir a diario con estas maravillas. Por algo Compostela es la ciudad de la piedra, del arte, y claro, de la lluvia.
 

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