
Primera semana de Abril. Mientras
me reinstalo en casa con los parajes de Sudáfrica aun frescos en mi retina,
varios mensajes colapsan por unos instantes mi teléfono: -"¿Has visto lo
que ha hecho tu amigo Murray en Sydney?”- Mi compañero de fatigas y vivencias
durante los últimos casi cinco meses, acababa de asaltar el podio en la primera
prueba de las World Series 2012. Luego llegaría otro podio en San Diego; y
hasta una victoria en Hamburgo sobre el infatigable Javier Gómez. Alguna gente,
aunque en menor medida, me seguía escribiendo tras tales logros. Muchos
preguntaban si me sorprendía. Sinceramente, no. Quizá su precocidad. Aparecer
en el podio así, medio de repente, en la máxima competición de este deporte, es
una hazaña reservada para unos pocos elegidos. Pero Richard es uno de esos triatletas
tocados con varita mágica. Un elegido. Sus dotes genéticas para las dos ruedas
y la carrera a pié son evidentes. Campeón precoz tanto en diversas pruebas
atléticas como sobre la bicicleta en su país natal. Hasta dos títulos de
campeón mundial junior de duatlón, por delante de galgos como Alistair Brownlee
o Mario Mola, adornan su palmarés. Pero ojo, nadie está ahí arriba en un
deporte como el triatlón sin cantidades industriales de trabajo, esfuerzo e ilusión.
En su caso, algo fácilmente demostrable con sus progresos en el agua, donde
pasó de nadar en 25 minutos los 1500m, a bajar de los 18´ en pocos años.
Factores genéticos. Esfuerzo y
trabajo rozando el infinito. Nos queda otro elemento para explicar su éxito. En
su mente solo hay sitio para una palabra: ganar. Ambición superlativa. No
entiende de límites sino de la manera de superarlos. Sus comienzos en el “triple
deporte” no fueron fáciles. Ahí entra en juego sus ganas de crecer. Su reinado
en el duatlón parecía al alcance de los dedos. Lucha en busca d retos. Él
quería reinar entre los más grandes. Trabajó la natación para ser competitivo
en el triatlón. Quizá se le pueda acusar de egoísmo. Pero sus caminos tienen una
razón y un destino: el triunfo. Recuerdo una ocasión en la que su padre me
explicaba, medio en broma medio en serio, como educó a Richard: -“Desde pequeño
le dejé claro que ganar no es lo más importante. Ganar lo es todo”-
¿Exageración? Desde luego su educación consiguió algo impagable: no tiene
límites preconcebidos, no hay imposibles. Richard lucha por ser el mejor del
mundo en triatlón. –“Sé que no es fácil Antón, pero si no lo consigo, me dedicaré
a otra cosa en la que pueda ser el mejor”-.
Algunos de esos mensajes que me
llegaban tras alguno de sus éxitos también incluían una pregunta tras mostrar
su sorpresa: -"Si tu entrenabas todo con él, ¿para cuando vas a estar tú
en las World Series?"- Sus resultados son impresionantes. Me quedo con
Sydney. Por ser su primer gran golpe en la mesa. Por ser tan solo unos días
después de convivir con él. Meses en los que hicimos juntos no menos del 90% de
las sesiones. Ese podio, esos resultados, fueron una gran alegría para mí. Una demostración
de que, con algunos de esos ingredientes que antes cité como humilde
aproximación a la receta de triatleta de élite, se puede llegar a lo más alto.
También mentiría sino dijese que su progresión a su vez clarifica mis carencias.
Aunque todo lo vivido con él me hace avanzar en mis teorías de que en esto del
deporte no hay reglas mágicas. Por mucho que algunas teorías y entrenadores lo
intenten, los deportistas no son robots. Todo lo contrario. Cada persona
necesita un diferente tipo de entrenamiento. La adaptación y el aprendizaje
continuado son dos factores ineludibles en la búsqueda de las máximas
prestaciones.
La experiencia de Sudáfrica me permitió aprender entrenando con
algunos de los mejores triatletas del mundo. Pero lo que más valoro es lo que
ha supuesto para mí en cuanto al conocimiento de mi cuerpo, de mi personal
realidad. Ahora soy más consciente de lo que realmente funciona como un
estímulo positivo para mi crecimiento, como sé mejor qué no lo consigue. Prueba
y error. Lo que se presentaba como un apasionante reto, una temporada 2012 que
se alumbraba desde el calor y los kilómetros de duros entrenamientos en
Sudáfrica, ha ido languideciendo con mediocres resultados lejos de mis
expectativas. Eso sí, lucharé para despedir con buen sabor de boca el año, con
alguna alegría en forma de buena carrera que me ayude a sumar para el próximo
reto: el 2013.
Así, mis resultados contrastan
más si cabe con la explosión de Murray. Pero sea en Sudáfrica de nuevo, o en
cualquier otro sitio, ahora tengo nuevas armas de conocimiento para buscar
expandir de nuevo mis máximas prestaciones. Mientras seguiré entrenando y
disfrutando con Richard siempre que pueda. Y mientras yo sigo buscando mi
camino de llegada a las World Series, él nos seguirá deleitando allí con nuevos
podios y nuevos triunfos.
1 comentarios:
Ánimo Antón!!!
O 2013 vai ser o teu ano, xa verás.
LUME a esgalla, e un poquiño desa sorte que che está a faltar nestes últimos tempos.
Unha aperta!!!
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