Las dos horas de duración del vuelo que nos
traslada hasta el archipiélago de las Islas Azores desde Oporto son una
tortura. ¿Para qué habré venido? Pienso mientras me retuerzo de dolor. Un virus
me golpea desde la pasada noche. La temporada iniciada en Febrero comienza a
parecer interminable. ¿Será solo una señal de mi cuerpo pidiendo las ansiadas
vacaciones? Un pequeño respiro durante la hora anterior a partir hasta Oporto
fue suficiente para auto convencerme de que estaba en condiciones de viajar.
Eso y los atributos de mi destino: exuberantes, exóticas...las Islas Azores.
Dos taxis nos esperan a las puertas del
aeropuerto de San Miguel, la mayor de las nueve islas que forman el
archipiélago. Tras la clásica partida de tetris para encajar bicicletas y equipajes
en los vehículos, nos dejamos seducir por la animosa conversación del
conductor. Como él mismo nos explica, los únicos taxis del mundo sin taxímetro;
cosas de las escasas distancias de la isla, recuerdos de un pasado cercano
donde el archipiélago vivía de espaldas al continente. Esa aún reciente
apertura como destino turístico, hace que las Azores conserven todo su encanto
y tantas peculiaridades. En el hotel nos reunimos con parte de los
competidores. Mi compañero Brais Canosa se junta con ellos para cenar. El virus
estomacal y el fuerte dolor estomacal con el que me agasaja me aconsejan
meterme ya en la cama esperando que mañana sea otro día.
Y lo es. Me levanto mejor, incluso pruebo a
desayunar sin causarme nuevos trastornos. Montamos la bicicleta y en ella
exploramos los encantos de la Isla a través de una carrera que serpentea al
lado del mar sobre acantilados que muestran el origen volcánico de esta tierra.
Los abrigos se quedaron en el continente, la temperatura raramente baja de los
15ºC durante todo el año. Pero si algo hace especial a las Azores es la
sensación de estar perdido en el medio del Atlántico, un oasis de paz y
exotismo en algún lugar entre Europa y América.
De vuelta al hotel paramos en las oficinas
de la Asociación Portas do Mar, con la dirección de Carlos Martins, promotor de
este triatlón internacional. Ahí recogemos los dorsales para la carrera; el
número 1 me invita a luchar para repetir la victoria del pasado año. Quedan
solo unas horas para el inicio pero apenas se ven indicios de que una prueba
vaya a discurrir por el paseo de Ponta Delgada. Tranquilidad. El Triatlón
Portas do Mar sigue creciendo en su tercera edición, sin olvidarse de ser una
prueba familiar con algún invitado con nombre, que escenifica de forma entrañable
los inicios del triatlón en cualquier lugar del mundo.
Tiempo de carrera. Chip competitivo en
"modo on". Dos días sin apenas comer y con los dolores propios del
virus me hacen albergar alguna duda que disipo recordándome mi buen estado de
forma tras los duros entrenos de las últimas semanas con el objetivo de
defender este número 1. La salida es fulgurante. Dejo hacer al internacional
portugués Tiago Maia colocándome a su estela. ¿Será suficiente su fuerte ritmo
para romper la carrera? Aprovecho el paso por las dos boyas para situar al
resto de triatletas. Los franceses Julien Leroy y Nico Alliot ceden unos
metros. Brais está un poco más atrás. Intentando ahorrar las máximas energías,
sigo a los piés de Tiago mientras nos acercamos a tierra.
La humedad hace que sintamos algo de frío
mientras damos las primeras pedaladas. Paso al portugués y me acerco a la moto
que abre carrera. No hay tiempo para especular. Los dos franceses y un
participante del triatlón por relevos se nos unen tras un buen arreón formando
un quinteto cabecero. No quiero que la carrera se detenga, así que asumo mi
responsabilidad marcando el ritmo. Mi esfuerzo anima a los compañeros. Pronto
somos cuatro los que nos rulamos en cabeza; cinco cuando Leroy también se
decide a aportar. Por detrás, Canosa lucha en solitario en nuestra caza. Un
posterior pelotón lleva a la belga Karolien Geerts cogiendo ventaja sobre la
otra favorita por el triunfo, la portuguesa Rita Lopes, posterior vencedora.
Canosa no cede un ápice hasta los dos
últimos giros. Ahí ampliamos la ventaja y empezamos a intuir que de nuestro
quinteto va a salir el próximo ganador. Sigo empeñado en que no se detenga la
velocidad, así que generoso, no dudo en entrar en la rueda cuando alguien
escaquea su turno de tirar en cabeza. Los últimos metros, sinuosos y estrechos,
que nos llevan a boxes los hago en cabeza. Me coloco rápido las zapatillas, no
lo suficiente como para neutralizar al equipo de relevistas que, tras el choque
de manos, cede el testigo a su corredor que ya se escapa por el paseo.
El
francés Leroy se pega a mi espalda. Acelero como si de una carrera de una milla
se tratase, dejando atrás a mis compañeros de fuga. Correr en cabeza siempre
otorga un punto extra de motivación. Zancada a zancada reafirmo mi idilio con el
cemento del puerto de Ponta Delgada. Tanto que consigo alcanzar y rebasar al
corredor del equipo de relevos. Por detrás Brais inicia una meteórica remontada
que lo aúpa al segundo puesto del cajón por delante del francés Nico Alliot. Los
teóricos cinco mil metros resultan ser bastante más largos. Hoy no me importa.
Es uno de esos días en los que me siento capaz de todo para luchar la victoria.
Además, más tiempo para disfrutar. Mientras me obligo a seguir forzando me
comienzan a visitar diversas imágenes-recuerdo de esta larga temporada: las
últimas carreras donde no pude ser competitivo, el mal campeonato de España en
casa; pero también la victoria en Polonia en agosto, la anterior fantástica
preparación culminada con mi soñado debut en la Copa del Mundo. Y aún antes, las
pequeñas decepciones de las primeras pruebas europeas, y los kilómetros y
experiencias bajo el sol de Sudáfrica... Y todo se remonta al pasado año,
victoria en mi debut en las Azores, ese titular que vuelve a estar de
actualidad un año más tarde cuando, despacio, queriendo saborear el momento,
vuelvo a levantar la cinta de meta: “Ruanova conquista el Atlántico”.
1 comentarios:
Vale animal!!! Noraboa! Unha aperta grande!!!
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