La temporada empezaba con la dulce resaca de 2016. Mi vuelta al deporte profesional había sido prolífica en cuanto a buenos resultados y esa energía dominaba los entrenamientos invernales.
Primera carrera y primer gran objetivo: el Campeonato Sudamericano ITU de Triatlon el 18 de marzo. Llego a Montevideo sin acumular ningún kilómetro de competición pero fuerte y confiado, visualizando una medalla que finalmente alcanzo. No consigo defender el título de 2016, que sigue en terreno brasileño gracias al gran Manoel Messias, pero el bronce me permite cumplir los dos propósitos de la prueba: el orgullo de entrar en la selección nacional y la tranquilidad económica de cumplir el criterio deportivo para optar a una beca del Ministério de Esporte.
Una semana después, me desplazo a Rio de Janeiro para disputar la primera etapa del Rio Triathlon. Se trata de un olímpico con drafting con la particularidad de que se permite el uso de bicicletas de contrarreloj. Logro, en parte, defenderme con mi bicicleta de carretera y remontar una posición en la carrera a pie para entrar 3º en la meta.
Abril fue tiempo de realizar un buena base de entrenamientos para preparar próximos retos en los meses posteriores. Todo marcha bien hasta que un día siento un inusitado cansancio junto con diversos dolores en la cabeza y espalda. Quedan dos días para el Campeonato de Brasil de Triatlon y decido viajar con la esperanza de recuperarme a tiempo. Lejos de ello, los síntomas no mejoran y entra en escena una ligera fiebre. Incomprensiblemente resuelvo tomar la salida. A duras penas aguanto la natación y la primera vuelta de bici en el grupo cabecero, momento en que reviento, me resigno a no poder defender mi título de 2016 y llegar a meta aunque sea a varios minutos del primero.
Días entre la cama y el sofá, la fiebre y los dolores aumentan y certifico que paso algún proceso vírico. Se descarta el dengue, zika o chikunguña. En mi cabeza solo pasa el recuperarme para poder debutar con la selección nacional en las Copas del Mundo ITU de Madrid y Cagliari. La fiebre remite y vuelvo a los entrenamientos. Con voluntad para superar una apatía y un cansancio desmedidos. Más que entrenamientos, me muevo. 2000 metros de piscina, 1 hora de bicicleta o trotes cochineros de 20 minutos. Un movimiento al día, lo que aun así me consume física y mentalmente.
Llego a Madrid sintiendo imposibilidad para entrenar y mucho menos para competir. Mi amigo Zigor Montalvo nombra por primera vez la palabra mononucleosis y las sospechas se confirman con una serología. Se esfuman Madrid y Cagliari, consigo la certeza de un diagnóstico y entro en la incertidumbre de no saber por cuanto tiempo estaré convaleciente.
Tras un mes de descanso físico y mental, vuelvo a una rutina muy suave de entrenamientos. Los síntomas mejoran y resuelvo participar en el Sesc Triathlon Manaus sabiendo que ya tenía mi billete de avión. Para seguir la tradición de 2017, entro en tercer lugar en la meta. Lejos de poder disputar el triunfo, no sé si mi pobre rendimiento se debe a la falta de entrenamiento, al efecto del virus o a ambos.
Mi voluntad de creer que estoy bien me lleva a preparar la Copa del Mundo ITU de Karlovy Vary. Seis semanas de lucha, me niego a ver las señales del cuerpo aun maltrecho por el virus y me concentro en los minúsculos avances que logro a base de raza. Me digo que necesito puntuar antes de terminar el año. Llego a la República Checa sin ignorar que no he conseguido estar en mi mejor forma pero auto-convencido de que el virus es pasado, pero la realidad se impone desde el momento que dan la salida. Sin fuerzas, sin poder de reacción, me siento en triciclo al lado de poderosos ciclistas. Voy perdiendo grupos en el durísimo trazado ciclista por el corazón de la bella ciudad balneario hasta ser el último. No pienso en abandonar a pesar de que el choque con la cruda realidad me deja en estado de shock. Pasan las vueltas hasta que la cabeza de carrera me dobla y me obligan a echar el pie a tierra.
Paciencia. Vuelta al descanso, los suaves entrenamientos, a escuchar al cuerpo y no querer acelerar un proceso que puede durar desde unas semanas a un año entero. Renuncio a todo el calendario, dejo de pensar como deportista y sí como persona. Objetivo: mi salud.
Pasan las semanas y, ahora sí, el cuerpo responde a los progresivos y espaciados estímulos. En octubre me concentro en nadar y trabajar la fuerza, actividades a las que mejor responde mi cuerpo Un poco de carrera a pie y algún paseo en bicicleta. Sin dejar de escuchar al cuerpo, realizo tres semanas simulando una pequeña preparación para poder competir en la última carrera del año: los Juegos Abiertos de Santa Catarina con el equipo São Jose. La prueba es un duatlon sprint y me presento en la línea de salida sin presión y con la alegría de sentir que el cuerpo ha respondido en este mini macrociclo. El resultado, no podía faltar el número 3, es un bronce individual y una plata por equipos. Más que las medallas, mi gran felicidad es sentir que el cuerpo responde, que el virus (ahora sí) es historia y que empiezo las vacaciones sano y con más ganas que nunca de que llegue 2018.
En este cuento he re-aprendido que la salud es lo más importante y es desde ahí donde salen todos nuestros deseos. Para lo bueno y lo malo, el deporte es instantáneo y siempre nos ofrece nuevas oportunidades En 2018, ¡nos vemos en las carreras!
#Lume!
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