El frío nos activa, lo que convierte a la ducha fría en una gran forma de empezar el día.
Una manera sencilla de empezar es hacerlo de manera progresiva. Dúchate con agua caliente o templada como de costumbre. Cuando estés a punto de terminar, cambia la temperatura a fría.
Será de gran ayuda “prepararte” mentalmente al estrés que nos produce el frío. Realiza una inspiración larga y consciente mientras cambias la temperatura. Para que la llegada del agua fría lo haga en una expiración larga y relajada.
La expiración activa nuestro sistema nervioso parasimpático, el de la relajación. La inspiración, por el contrario, el simpático (activación). Este control hará que consigamos una respiración profunda, enviando una señal de calma y control a nuestro organismo.
La respuesta inconsciente es justo la contraria. Una respiración agitada y superficial que dispara nuestro estrés e imposibilita disfrutar del momento y de todos los beneficios de “dominar” al estrés. Justo lo que queremos evitar.
Ralentiza tu expiración y realiza cinco respiraciones conscientes bajo el agua fría. Cada día, aumenta una respiración extra y estarás aumentando tu exposición al frío.
No te sorprendas cuando a partir de un par de semanas, sea tu propio cuerpo el que te pida ese final con shock térmico.
Controla la respiración y tendrás un nuevo superpoder a tu alcance.
Más allá de la ducha
No buscamos pasar frío constante, si no recibir estímulos puntuales.En casa, intenta pasar al menos un par de horas a una temperatura por debajo de 19ºC antes de encender la calefacción. Es tolerable para la mayoría, pero supone ya un estímulo interesante si no acostumbramos a tener gran oscilación térmica.
¿Cuándo me interesa exponerme al frío?
Como dijimos, el frío nos activa, con lo que una ducha de agua fría puede ser nuestro mejor “café” para iniciar una mañana productiva.El frío facilita la recuperación a corto plazo, siendo por tanto interesante después de entrenamientos exigentes o competiciones de triatlón.
Justo esta característica es la que nos da el único momento donde quizá no sea lo más sensato aplicar frío: tras un entrenamiento de fuerza.
Y es que el ejercicio eleva la inflamación y el estrés oxidativo del cuerpo. Esta elevación breve, pero pronunciada no solo no es mala, sino que es necesaria para desencadenar las adaptaciones musculares que nos hacen ganar fuerza. Justo lo que no queremos frenar en este caso con el frío.
En mi caso, las duchas de agua fría también tienen cabida en los momentos en los que quiero aumentar mi productividad y el foco mental. Bien sea para entrenar, para entrevistarme con uno de mis deportistas o antes de realizar un directo en Instagram.
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